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Recomendado por:

Isabel Moreno Ferrero (Dpto. de Filología Clásica e Indoeuropeo)

 

 

 

Melvin LeRoy (dir.)

QUO VADIS

Turner Entertainment, 2008

 

Signatura: L/DVD 735-736

 

 

 

Ver esta película, sobre todo comparándola con otras del tipo peplum más actuales, sigue siendo un auténtico lujo. Siguen admirando sus valores cinematográficos: su pulso dramático; la fuerza de su espectáculo, muy colorista, sobrio y modélico (muy imitado en futuras producciones), pero muy alejado de los banales juegos de ordenador que no contribuyen a destacar el fondo de la obra, sino al impacto inmediato; la riqueza de sus reconstrucciones interiores y el juego de sus encuadres; sus interpretaciones contrastadas; su espléndida música (Miklós Rózsa), cuyos temas eternos, al servicio de la historia, destacan la esencia de sus principales personajes (los femeninos), y el valor militar (la marcha) o religioso de Roma (la presentación de las Vestales), paradigmas eternos de su poder; y, en definitiva, la buena conjunción de los distintos registros que lo sustentan: aventuras, exhibición espectacular, melodrama romántico y cine religioso. Pero, sobre todo, admiran dos detalles sustanciales: el juego literario de su guión y el carácter cuidado de sus reconstrucciones, con los detalles escénicos que demuestran el buen resultado que produce la suma del dinero americano y el dominio del pulso fílmico de los buenos artesanos, y unido al rigor histórico que aportan los historiadores, arqueólogos y técnicos italianos de su pasado clásico.

Así, los espectadores más informados podrán reconocer con facilidad la recreación de la famosa Sala Dorada del Palacio de Nerón; la torre de Mecenas del Esquilino, desde la que, según Suetonio, el enloquecido emperador contempló el incendio de Roma; la perfecta reconstrucción de la Cloaca Máxima en la huida de la plebe del incendio que arrasa las insulae de las abigarradas calles de la Roma más pobre; la muy precisa parafernalia del triunfo de Vinicio, con el eco tras él del esclavo que insiste en el "acuérdate que eres un hombre"; las pinturas pompeyanas y la escenografía del triclinium en la escena final de Petronio y Eunice... Pero también el juego dialéctico de sus protagonistas, y las múltiples alusiones literarias a las fuentes clásicas del espléndido guión, que adapta la novela del polaco católico Henryk Sienkiewicz.

El único problema es que para apercibirse de ello hay que conocer la propia información histórico-literaria de la que parte, y las fuentes iconográficas que la sustentan: es espléndida la caracterización de los actores (Nerón, cuyo físico y temperamento describen así las fuentes; Petronio, cuyo templado suicidio narra Tácito; Popea, la cortesana convertida en emperatriz; o personajes menos famosos, pero también históricos de los que se sabe menos, como el general Aulo Plaucio, conquistador de Britania; o la amante del emperador, Acte o Actea; o Faón, el arquitecto real que "crea" la nueva Roma de la maqueta que Mussolini mandó construir y se encuentra en el Museo della Civiltà); el valor del vestuario (magistral el atuendo dorado de Popea en el circo, como el de Agripina, esposa de Claudio en la obra de Tácito; o los del emperador, que había prohibido que nadie utilizara el color púrpura y violeta más que él, como cuenta Suetonio...); o las frases ingeniosas de Petronio, tras alguna de las cuales se descubre una adaptación de otra de Séneca. Lo cual no quiere decir que "toda" la información que transmite sea exacta o fidedigna al cien por cien: Popea no murió estrangulada por Nerón, sino de una patada que éste le propinó en su grávido vientre; y el propio Nerón no acabó sus días en su palacio, sino en la quinta de Faón. Pero eso sería historia o, al menos, la historia que nos han transmitido las fuentes. Y esto, como en el caso de tales muertes, es recreación dramática; el artificio no viola la sustancia de lo ocurrido, sino que modifica sus detalles en aras de una necesaria simplificación escénica.

La película, prescindiendo de la ideología inmediata de la que parte -la defensa del cristianismo-, ofrece múltiples razones para interesar a todo tipo de público; al que disfruta del espectáculo porque, aunque éste no sea tan impactante como el de Gladiator, es mucho más "real", con una escenografía de gran belleza y una fidelidad histórica y plástica que no enmascaran los claroscuros, ni los movimientos de cámara; y, más aún, al espectador culto que, detrás de lo evidente, alcanza a ver el trasfondo filosófico-literario de problemas eternos: la reflexión sobre el poder, y el poder de las ideas; el imperialismo, la manipulación psicológica, la vileza de la masa y el despotismo del gobernante.

Además, todo ello está envuelto en un gran attrezzo artístico (qué buena reconstrucción del interior del Coliseo, de los pasillos, las celdas y los cubículos de los animales), un espléndido guión, con los textos clásicos al fondo, una música que creó escuela y secuelas, y un plantel de actores cuya fuerza, aun histriónica a veces (Nerón, un Peter Ustinov en estado de gracia), convierte a sus personajes en paradigmáticos, insuperables y únicos. Sólo la magistral interpretación de Leo Genn (Petronio) justificaría de sobra ver más de una vez la película. Pero hay muchas otras más.

 

Isabel Moreno Ferrero (Departamento de Filología Clásica e Indoeuropeo)

 

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